Desde que vi un repor de una circular que pasaban por el pequeño valle de Degurixa, me quedé “enamorau” de ese rincón de Gipúzkoa.
Así fue como me decidí el viernes, a última hora por este recorrido.
Mire varios Tracks y me decidí por uno que había puesto Zieft.
Quiero empezar pronto a caminar pues tenía pinta este sábado que iba a calentar.
Me dirijí hasta el embalse de Urkulu en Aretxabaleta y allí en el barrio de Goroeta dejé el coche.
Mapa del recorrido.
En las flechas que coinciden es la pista de hormigón, que al final se hace bastante pesado. Antes, según me acercaba realicé alguna parada para sacar las primeras luces del día encima del embalse, en donde se podía ver el vaho que salía del agua por el contraste de la temperatura del agua y del aire.
Mi mirada se dirige hacia Goroeta y pienso que con esta oscuridad está muy chula esta foto con las luces encendidas, incluída la del campanario que le da un toque especial.
Me dispongo a disparar y noto algo raro.
Me faltó una décima de segundo para hacer la foto y se me quedó cara de circunstancias por no decir otra cosa. Dejo el coche en Goroeta y empiezo a andar según lo que marca el GPS.
Bordeando el embalse me voy encaminando al fondo de la cola de agua (está muy lleno) por una pista de paseo.
Empiezo por una pista de asfalto que no la dejaré en unos 3 Kmts., que es la que usaré para regresar al punto de partida.
Arriba tenemos Iruaitz y Arbe delante de nosotros.
…. Toda la naturaleza se ha puesto de acuerdo en agradarme. Igual no lo ha hecho a propósito; igual siempre es así y yo no lo he apreciado; quizá haya ido yo en su busca. He salido de Urkulu al amanecer envuelto en una espesa niebla; no hubiese salido al amanecer envuelto en una espesa niebla. He tomado una pista ascendente con una fortísima pendiente; no hubiese tomado una pista tan dura sin la voluntad de alcanzar mi objetivo. Tras un recodo, un tejón, de cola blanca, me precedía a cien metros a paso tranquilo; jamás había visto un tejón; jamás yo hubiese pasado desapercibido a un tejón sin la calma, el silencio y la soledad que me acompañaba. Entre el hayedo nos sorprendemos un pequeño corzo y yo. Los dos nos mantenemos completamente inmóviles, fijos, estáticos: nos observamos durante más de un minuto y al fin él decide retirarse sin sobresaltos, despacio, muy despacio con la cabeza bien alta, y yo espero hasta que desaparece monte abajo., entre los helechos. Llego a un cruce de pistas donde me han advertido que podría equivocar el camino; deduzco que se trata de Ubastegi, y en ese preciso momento aparece un viejo Land Rover conducido por un más viejo pastor: “Egun on, Quiero ir a Degurixa”. Se detiene, me explica, se asegura de que le entiendo haciéndome repetir lo que me ha explicado y el nombre del monte Aderto, luego me cuenta a dónde va y para qué; nos despedimos y sigo fielmente sus instrucciones. El camino es largo pero me guía la confianza en el pastor, y “San Bruno”, y al fin llego…
ResponderEliminarEl impacto es brutal. Sin aviso, sin preámbulos… No voy a caer en la tentación de tratar de describirlo. La verdad no se puede expresar con palabras y la belleza perfecta tampoco porque las dos requieren de una impresión, de un sentimiento. Mis ojos se cubren de lágrimas y me siento ingrávido, repentinamente sobreoxigenado. A mis pies, junto a mis pies, diseminadas, pacen unas cabañas de pastoreo. Hechas a escala humana y aunque de proporciones justas yo diría que a una escala inferior a la que corresponde a la inmensa dimensión humana de quienes las construyeron. La piedra tratada con el respeto de quien ama con devoción al entorno. La pulcritud del entorno de quien ama con respeto correspondido a la Naturaleza. Emociona estar frente a frente a la verdad. Y con emoción, y con respeto me acerco. Junto a una cabaña se mueven dos hombres; pronto me observan en la distancia y me esperan. Del interior sale una mujer, Mari Conchi; nos saludamos. Le sorprende verme tan emocionado: “No es frecuente encontrar personas que sepan valorar así la belleza”. Ella sí, y tienes más razones para la emoción y mucho más poderosas. A su llamada acuden su marido Luis y su hermano Josemari. En ese instante ya somos cuatro espíritus en sintonía. Es lo entrañable de Gipuzkoa. Los dos cuñados discuten, “siempre están igual”, tratando de organizarme lo mejor posible el día: “Sube por aquí hasta esa cresta y tendrás una vista impresionante del valle ― No, es mejor que vayas a aquel otro extremo y verás una panorámica increíble de Vitoria, el Gorbea, Amboto, Udalaitz, Eskoriatza, Aretxabaleta, Arrasate,…” ¡qué se yo!. Pongo paz aceptando las dos propuestas y acepto que cuando vuelva de la excursión comeré con ellos. La próxima vez me dejarán que les ayude con la leña o lo que sea preciso, pero hoy soy su invitado. Y a las dos de la tarde bajará Josemari con el tractor (una pequeña mula mecánica con remolque) en el que me apunto a acompañarle pese a su advertencia de que “no tiene amortiguadores”. Tampoco yo llevo amortiguadores en las piernas, así que disfrutamos juntos de la bajada (quizás ocho kilómetros) por la misma accidentada pista por la que he subido. Y él disfruta de su reciente jubilación gozando de tanta belleza “Cada vez que pienso que ahora estaría metido en la fábrica…”
Xabi Bilbao: La próxima vez quiero subir contigo. No te conozco pero me da la impresión de que haces vivir a las piedras que encuentres en tu camino. Segi aurrera; horrela behar dittugu.
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